jueves santo

apoyada en el final de ese vagón
sus cabellos negros huían por la pequeña ventana abierta
colgaba de sus manos esa bolsa abellotada
y entre sus pies de charol acomodaba su bolso
intercambiaba lenguas afuera con su madre
que decididamente se había sentado al subir al tren
mientras detrás de un tubo se sentaba el
que en menos de tres estaciones escribió una hoja
y al bajar se la ofreció a ella
ni sus ojos ni dedos se tocaron, sus ideas del otro si.

Mientras ella intentaba imaginar en que novela había leído algo así,
él algo avergonzado deseaba ser agregado a su lista de de amiguitos verdes que dicen.