
Estaba echado junto a ese árbol,
quieto, el viento movía los pelos de su cola peluda y vino el
ese que te creía invencible, el que te seguía el gemido,
ese que creía en tu aullido, te olió..
movió con su hocico tu oreja y comenzó a ladrarte
como si te despertara y te llamara a jugar
ladraba como si fuese a perder su hueso favorito
o el cariño de ese niño que iba las tardes
a la plaza donde ahora tu te encontrabas,
hería con sus ladridos tus oídos...
pero tu, tu no quisiste despertar.